jueves, diciembre 25, 2008

Intangible

A mi musa imaginada...


Cruda y frágil, reivindicante
de todo tu género.
Intangible mujer, etérea amazona, sólo podré
-¿al menos?- reconstruir tu figura,
nunca en una mañana perfecta. Nunca a mis ojos,
destinarán, la visión
de tu espalda desnuda.
Hiel de mil pesquisas revuelve tu vientre, mientras
oníricamente, inconscientemente,
meces mi ilusión a un abismo púrpura;
dirimo si soñar, al menos, una caída
suficientemente extensa, como para pensarme
eterno;
o, tal vez, flotar un instante y volver, otra vez,
finalmente al mismo sabor;
Agrio dolor, padre de la
creación -¡Nútreme!-
Sólo una expresión basta(ría), para,
gentilmente,
hundirme en laberintos irredentos.


¿Cómo te atreves, mujer despiadada,
a mostrarte así?
Pudoroso placer, privarse de intentar, aunque sea,
flotar sobre tu cuerpo.




Sir Nenon

miércoles, octubre 15, 2008

Estatuto

This world could not have been the work of an all-loving being,
but that of a devil, who had brought creatures into existence
in order to delight in the sight
of their sufferings.
A. Schopenhauer






Ante la nefasta pesquisa, dominado por el iracundo, el siguiente postula:

Que la misoginia sea herramienta. Sea así el camino tan errado como simple. Pues la morfología y frialdad favoreciólas de antaño; sea ya por nuestro andar instintivo, bestias ilusas somos. Detestables bestias ilusas. ¡Malditas sean! ¡Malditas sean todas y cada una de ellas!

Que las “emociones” sean ignoradas. Pues su reflejo físico es imperativamente molesto, compele a la estupidez y la victimización. La angustia, desidia, nostalgia, ilusión, furia, ira, odio, amor y otros males serán tan significativos cual el libre albedrío a un ateo.

Que el acto físico sea un reflejo. Necesario, insignificante. Un abrazo no será más que el acto, mas no habrá implicación alguna en tal. La piedra es más dura que la carne, aún siendo ambas formadas por la misma energía.

Que el llanto sea libre. Consecuente con las emociones, el reflejo físico morirá. Las lágrimas caídas nunca deberán ser un patético sangrado de la herida por venir.

Dominar lo onírico será, tal vez, la mayor empresa. Pues es alli donde las reglas descansan.
Sólo el despertar será liberación temporal. ¡Muerte pues, a su recuerdo en sueños y embobamientos! ¡Muerte pues, a su recuerdo y a la idea que plasmó! ¡Muerte pues al noble mozo! El canalla consigue mayores honores siendo sólamente un amante gentil.

Que el estatuto sea eterno, cíclico. Pues fuera de la queja, sólo existe maldad y miseria, exacerbadas por la misma ilusión que devino en putrefacto recuerdo. Conjeturo será abolido cuando yazga complaciente, ante un placer color rubí.

La misma mentira será aceptada con bombos y platillos de una banda de ilusos, dependiendo de la consorte portavoz. Sería de cobarde la negativa. Cual adicto abstinente, siempre se disfruta de las mieles de cualquier moza artera.


Rubríquese y sea así aliviada la pequeña miseria del pequeño boquifloja hombre.







Sir Nenón.

martes, agosto 26, 2008

La muerte de M.

Según me ha sido referido por varios alquimistas de lo cuántico, ya sea en persona, ya sea en un escrito, cada hombre es todos los hombres. Yo soy Perón, Borges, Cortázar y Maradona. Soy un personaje de una comedia fatídica o de una obra maestra de la novela.

Habiendo infinitas dimensiones donde existir, en cada una de estas salas hexagonales somos otro hombre, y todos los hombres son otros. Recientemente, ante el cierre de un amor me contentó el mismo conjuro. Se que no hay verdadero alivio en tal pensamiento, admito eso, pero aún así, y ya cuando otros mecanismos de defensa tomaron lugar, la noción siguió dando vueltas en mi cabeza.

Una fatídica tarde gris creo que llegué a sugerirme que la única constante, lo único que une estas circunstancias fordianas no es el yo, ya que somos otro, sino que es el tiempo. En todas somos finitos y vivimos acorde a ello. Lo único que nos motiva es saber que no somos eternos, que hay un final del camino. Si siempre me asustaron los espejos es porque evidencian lo infinito, un tipo de frialdad inhumana. Saber que el tiempo no existe; conjeturo es imposible vivir sabiendo eso. De cualquier modo, en cada una de las exhaustivas verdades cuánticas no se puede eliminar la constante de tiempo y espacio. De un tiempo y un espacio, ya que como tal son conjunciones de símbolos, que se pueden transformar en fonemas, unidos de tal o cual manera por la cual se entiende un subsistema palabra el cual conlleva la representación de tal o cual… Bueno, creo que se entiende… La representación.

De cualquier manera, venía divagando en escribir algo relacionado al tema hacía ya algún rato, pero es muy difícil de resolver tal paradoja sin las herramientas de los grandes. No podía abordar el tema en más que unas líneas sin caer en un relato mediocre, pero esta vez me desalentaba. Fue en ese momento cuando lo conocí.

M. estaba obsesionado con el tiempo. Recuerdo que en su frenesí de excesos solía llevar relojes en su bolso y mirarlos buscando algo, siempre en busca del tiempo vivencial. Postulaba con gran determinación que este era manejable y que los iluminados lo habían resuelto. Postulaba en las largas noches de excesos que el tiempo podía casi detenerse y una noche durar mil. No pasaba un momento sin pensar en esto, ya lo había referido unas cuantas veces, aunque con el pasar del tiempo, paradójicamente, su teoría se volvía más confusa y errática. Citaba a Proust y a Borges repetidamente, en formas casi mecánicas y que él consideraba irrefutables. Tuvimos un par de encontronazos, por esto mismo de las citas, sumado a los vicios; y debo decir que cada tanto me preocupaba su obsesión. Igualmente, descreía con ojo avaro ante la misma.

Dejé de verlo por un tiempo, aunque no éramos amigos. Recuerdo ir yerrando por la calle Reconquista, visitando bares amigos del bajo cuando lo crucé. Creo habían pasado unos cuatro meses. Venía con la mirada perdida, aliento a whiskey y un porro medio apagado en una mano. Hacía rato que habían volado los cuervos, así que serían las 3 de la madrugada o aún más. Tomamos dos Jack Daniels en las rocas cada uno y, justo cuando nos servían el cuarto, repentinamente, mientras hablábamos de uno de sus viajes, cambió a hablar de su soledad. También refería que se estaba perdiendo, que cada vez le costaba más. Justo cuando creí que hablaba de presiones rutinarias y comunes, me dijo que sentía que su mente se estaba achicando. Como si cada vez tuviese menos recuerdos y que a veces pasaba días sin moverse. Una introspección que no lo llevaría al Tao, sino a un infierno medieval. Con un saludo sentido lo dejé en Córdoba y Maipú y subí al 45. En el viaje logré calmarme, pero la imagen que ví por la ventanilla del colectivo se me marcaría a fuego en la mente. Ahí estaba M., con la mirada absorta otra vez. Saludaba con la mano izquierda en un movimiento ondeado y lento. Sólo por un momento no me di cuenta que tenía los ojos blancos, como girados hacia atrás. Desde chico eso me causó pavor, con el pasar de los años, Sábato se encargaría de darle un tinte mucho más perverso a mi miedo.

No volví a verlo por un largo rato. Luego, por cuenta de conocidos en común, me llegaron algunos balbuceos escritos de M. Tratados sobre el tiempo y espacio. Ninguno de los dos teníamos formación en física cuántica, física, matemáticas, fenomenología o algo que pudiese darnos un mínimo crédito para hablar de semejante tema postulando teorías. Pero M. había desarrollado sus teorías de lo que creía el tiempo y el espacio, como podría manipularlos por períodos de muy corto tiempo, etc. Lo que más llamó la atención fue el monográfico ensayo que enumeraba los efectos adversos o colaterales de la experiencia. Cuadraba la descripción de su persona, no sólo por el rápido deterioro de los mismos rasgos, sino también por algunos signos particulares, como una foto de una mancha en la cara cuya forma era muy particular, si bien amorfa, muy particular. Nunca tuvo una mancha así. El escrito se llamaba “Efectos adversos de la manipulación del tiempo vivencial”.

También me pareció excelso el “Causas del viaje en el tiempo vivencial”, escrito como explicación de porqué creía que esto era posible. Postulaba: “la línea temporal era única antes del principio del universo entero. Una sola corriente indivisible que no podía sufrir ninguna alteración en el vacío. (…) Con el comienzo del universo esta línea no sólo sufrió una alteración, sino que fue erráticamente quebrada o segmentada, dando lugar a un nuevo orden temporal. Éstas nuevas tangentes a su vez se han convertido en subsistemas tiempo que se rigen bajo otras normas pero están aún sujetos a la primer y única línea temporal. (…) Entonces, la creación provoca la ruptura en el tiempo, pues es el único fenómeno conocido que pudo provocar el cambio. Ergo, en cada uno de los subsistemas temporales, cada creación provoca el mismo fenómeno en reflexión infinita, creando infinitos subsistemas inconexos entre ellos sino por la primera y única línea temporal. Pero cada una de estas nuevas formaciones especulares en cierto modo inciden en la madre, pues la línea no es la misma del otro lado del punto donde comenzó la creación, sino que sigue siendo la primera línea virgen. Ese es el tiempo puro de la nada, es un tiempo que no es explorable, ya que no varía. Por lo cual, deduzco, no existe el instante en la eternidad. Ese tiempo es Dios y el Tao. Aún siendo un concepto o una representación humana, el tiempo existe y se conecta de manera bilateral, por lo cual, la noción de un portal o agujero de gusano es no sólo factible sino casi exacta. (…) A partir de lo expuesto, conjeturo que el universo no es infinito, pues tiene un comienzo en esa línea temporal. (…)” Recuerdo que consideré este escrito sublime. No se si lo es, ya que nunca lo llevé a un experto, pero resulta tan razonable en algunos términos, que simplemente no puedo dejar de mostrar admiración. Recuerdo haber pensado que era un ejercicio idéntico al comienzo del pensamiento, pensar el porqué con lo que uno tiene y tratar de exponer una verdad aunque fuere errada. Lo admiro aún por su espíritu osado, aunque altanero.

A la semana siguiente de recibir el escrito me refirieron que M. se había suicidado. Al parecer se despertó cerca de las 9 de la mañana del sábado 16 de agosto de 2008. Se tomó una botella de Jack Daniels, se fumó medio paquete de Lucky Strike box, aunque puede ser que menos. Hizo unas llamadas a su casa y a su novia, y cerca de las 11 de la mañana, habiendo fumado medio porro se voló la cabeza con un Smith & Wesson .357 de 2 pulgadas y media que no se sabe como consiguió. La bala que lo traspasó pegó en el centro del reloj de la cocina, formando la paradoja más enferma que he conocido.

martes, agosto 12, 2008

Humënis

Humënis habita dentro de mi cabeza. No se como, pero conjeturo tiene poderes sobre mi lado creativo. Yo se cuando está molesto o simplemente aburrido. En esos momentos me pierdo en un clamor suplicante que suele acompañarse por migrañas, del lado izquierdo de mi cabeza. Humënis disfruta mucho de hacer eso. Por eso es que lo odio.

No recuerdo cuándo comencé a notarlo, postulo que nació conmigo, solo que no se mostró hasta entonces. Creo que se intensifica con el dolor o la angustia. En esos momentos Humënis ríe con una risa seca. Se revuelca de placer en su mugre. Por un lado siento que me hace bien, Humënis es parte mía después de todo. De cualquier manera, me apodera una gran ira contra él.

Humënis me odia recíprocamente. Ya no soporto más verlo envenenar mi cabeza. No creo que sin mi Humënis pueda sobrevivir.

lunes, junio 23, 2008

Años

El ocaso de la vida de un hombre suele ser una época de conciliación. Mayormente, según me cuentan o han contado numerosos amigos de numerosos años vividos, uno busca resarcirse con el mundo cuando siente la fría mortaja por venir. Ya el heroísmo de la juventud no es más que una sombra oculta entre otras, y nos vemos en envases grises y putrefactos, los dedos largos como garras y, en palabras de Mrs. Loomis, el dragón se ha comido al blanco cisne. El hombre se convierte en la sombra de lo que fue, y el mundo es un lugar mucho más hostil aún. Las culpas son atormentadoras pesadillas dentro de otra, donde la muerte puede ser la última preocupación, pues suele ser el camino a ella el tormento mayor.

En sus cataratas, los ojos nublados buscando un horizonte en el firmamento, el viejo recuerda. Recuerda el primer gobierno de Perón, el golpe del ’30 y cuando un tranvía cayó al riachuelo como si fuera hoy. Puede todavía olfatear el olor a jazmín de la calle de los caserones, el gusto de la brea entre los dientes y sentir el dolor de cabecear un tiento. Recuerda como chillaba la puerta cancel de la entrada, decorada con madreselvas y trepadoras. Recuerda los jingles de casa Muñoz, el penal que Roma le atajó a Delem y cuando bombardearon la plaza de mayo. Sin embargo, ninguna de estas reminiscencias lo entusiasma. Nada de ello refleja un lugar protagónico, nada en que poder definirse, entonces decide callarlo. El viejo no es más que otro viejo contando la historia tal vez por lo que oyó, tal vez por lo que vio. Algo es seguro, ninguno de los grandes recuerdos que tiene los vivió en escena, excepto los banales. Sin embargo, como todo ser, tiene una historia particular, la cual prefiere olvidar y, como de costumbre, surge de sus entrañas y lo asalta cada tanto. Nunca lloró -Los hombres no lloran- se dijo siempre entre dientes. Se aceptan los embistes y desde chico. El gusto a sangre en la boca, los dolores, las purgas, todo es horrible… pero no se llora. Pobre viejo tonto. Pobre, pobre viejo tonto…

Allá por el ’38 había un pibe prometedor. Lo subieron de categoría; como amateur se cansó de dar palizas –lo mismo que Monzón, que fue lo más grande que yo he visto- y entonces surgió la posibilidad de salir del club. Había ganado por nocaut en el doceavo asalto a Víctor Bruda, que venía para el retiro pero todavía era una gloria. La casualidad quiso que alguien del Luna lo viese y, como todo buen purrete, lo llevasen a probarlo. Para el pibe era todo nuevo. Veía los autos, el champán, las mujeres… el lujo. Largó el trabajo de tornero y se fue a entrenar para el título argentino welter. Se mataba día y noche, hizo unas cuantas peleas, casi diez combates en un año, todo un récord. Perdió una sola, a manos de un uruguayo que no era muy conocido, pero pegaba durísimo. Decían que se había hecho en boxeo a mano limpia, y, por los surcos de su cara y la nariz chata casi pegada al mentón, la cual coronaba una mandíbula cuadrada y resistente, montada en un cuello que parecía de un búfalo, bastante probable era que ese pedazo de bestia se haya criado comiendo cascotes. Sufrió una paliza que lo dejó en cama por una semana, y dos costillas rotas de un gancho al hígado siguiendo la octava campanada. Ese fue el que lo dejo en la lona y no pudo seguir. El moreno le dio la revancha tres meses más tarde, cuando sólo pudo vencerlo por puntos, pero se sacó la espina, ya que le trabajó bastante un ojo dejándolo casi ciego. Al oriental no le importó mucho perder. Peleaba por la guita y no por la gloria.

Ya corría el 40 y era cada vez más conocido, sonaba fuerte en los círculos del box, entre los púgiles mismos, ya que era difícil ver la entrega y coraje que tenía el pibito. Se hablaba del título argentino, y había hecho camino para el mismo. Se peleó toda la clasificatoria que era eterna y se esperaba que gane. Según decían los que más sabían, tenía pegada y estilo, era hábil y calculador arriba del ring. Tenía todas las de ganar. Tres meses antes de la pelea que decidía si iba o no a por el título, desapareció. No lo encontraba nadie, parecía haber sido tragado por la tierra, no había rastro alguno. Había vendido todo lo que tenía, pues al rastrear la Ford que había comprado con las ganancias, vieron que estaba ahora en Villa María, Córdoba. Sus padres sabían que había ido a un baile en Barracas, donde residía con otros amigos, pero después de eso ni un solo indicio del muchacho. La búsqueda fue dejada por los interesados, y el título de 1940 quedó en manos de Averboch, que si bien era un buen campeón, nada tenía que hacer al lado del pibe. Pero así fue la historia y nunca más se lo vio.

El viejo sigue recordando contra su voluntad. Lo asalta cada tanto el recuerdo de esa noche, furtivamente. Siempre es lo mismo, el frío le sube por la espalda, repta por su cuerpo mientras él trata de olvidar. Y hoy llora. Solo, sin nada y sabiendo que pasará al olvido en muy poco.

Hubo un muerto en el baile ya mentado. Un tal Aróstegui, conocido por ser un remedo de guapo, un muchacho conflictivo y sin respeto por nada. No tenía heridas significantes más que el golpe en la cara y la nuca destrozada contra un adoquín. Según contaron los testigos, Aróstegui andaba molestando a todos, con el alcohol pendenciero en las venas nada más se podía esperar de tal gallito. Y si bien muchos se alegraron de su suerte, nadie le hacía frente. Era muy bueno con el cuchillo, y, según dicen, debía unas dos o tres muertes en la isla Maciel. No le importaba nada, no tenía qué perder y entonces era común que buscase pleitos en todo momento. Según dicen había nacido en Barracas Sur, pero luego su padrastro, con quien quedó luego de ser abandonado por la madre, los mudó a un conventillo cerca de la Boca. Era lo poco que se sabía de Aróstegui.

Esa noche, Aróstegui se había empacado en cortejar una chica. Había faltado el respeto a ella y a su prometido. Estaba pasado de ginebra y quería alguien con quien desahogar vaya uno a saber qué. El pibe llegó al baile pasadas las 11 y el guapito lo encaró por sentarse en su silla. Le dijo que no quería pleitos y le dio la silla, hasta riéndose le ofreció una disculpa. La bestia no aceptó tal, y lo convidó de pelear una vez más. –No, discúlpeme señor, pero yo no peleo si no es por los puntos- contestaba serenamente. En un último intento, sabiendo que sería efectivo, Aróstegui le tiró un vaso de vino en la cara y lo llamó cobarde, cagón y quién sabe que otras cosas dijo sobre su madre y él. Fue lo último que hizo el estúpido, acto seguido el puño templado de púgil se asestaba sobre su mandíbula, quebrándola en tres partes, y provocando la artera caída. Sólo cuando vio el charco de sangre bordó, oscura como chocolate que brotaba detrás de la nuca de Aróstegui fue que decidió huir. Y así fue, tan cerca de la gloria que le dio pelear se ganó el destierro peleando.

Hoy un viejo se sienta en la plaza a buscar el olvido de esa fatídica noche. Un viejo busca olvidar como se desperdició todo su talento. Mañana, tal vez, alguien escuche sus súplicas, y haga por él lo que ya hace tanto tiempo, él mismo hizo por Aróstegui.

Fin.


N. del autor: La fotografía publicada, en la cual está basado este ficticio cuento, es de Juan Herrera Prado, gran amigo como fotógrafo.