martes, agosto 26, 2008

La muerte de M.

Según me ha sido referido por varios alquimistas de lo cuántico, ya sea en persona, ya sea en un escrito, cada hombre es todos los hombres. Yo soy Perón, Borges, Cortázar y Maradona. Soy un personaje de una comedia fatídica o de una obra maestra de la novela.

Habiendo infinitas dimensiones donde existir, en cada una de estas salas hexagonales somos otro hombre, y todos los hombres son otros. Recientemente, ante el cierre de un amor me contentó el mismo conjuro. Se que no hay verdadero alivio en tal pensamiento, admito eso, pero aún así, y ya cuando otros mecanismos de defensa tomaron lugar, la noción siguió dando vueltas en mi cabeza.

Una fatídica tarde gris creo que llegué a sugerirme que la única constante, lo único que une estas circunstancias fordianas no es el yo, ya que somos otro, sino que es el tiempo. En todas somos finitos y vivimos acorde a ello. Lo único que nos motiva es saber que no somos eternos, que hay un final del camino. Si siempre me asustaron los espejos es porque evidencian lo infinito, un tipo de frialdad inhumana. Saber que el tiempo no existe; conjeturo es imposible vivir sabiendo eso. De cualquier modo, en cada una de las exhaustivas verdades cuánticas no se puede eliminar la constante de tiempo y espacio. De un tiempo y un espacio, ya que como tal son conjunciones de símbolos, que se pueden transformar en fonemas, unidos de tal o cual manera por la cual se entiende un subsistema palabra el cual conlleva la representación de tal o cual… Bueno, creo que se entiende… La representación.

De cualquier manera, venía divagando en escribir algo relacionado al tema hacía ya algún rato, pero es muy difícil de resolver tal paradoja sin las herramientas de los grandes. No podía abordar el tema en más que unas líneas sin caer en un relato mediocre, pero esta vez me desalentaba. Fue en ese momento cuando lo conocí.

M. estaba obsesionado con el tiempo. Recuerdo que en su frenesí de excesos solía llevar relojes en su bolso y mirarlos buscando algo, siempre en busca del tiempo vivencial. Postulaba con gran determinación que este era manejable y que los iluminados lo habían resuelto. Postulaba en las largas noches de excesos que el tiempo podía casi detenerse y una noche durar mil. No pasaba un momento sin pensar en esto, ya lo había referido unas cuantas veces, aunque con el pasar del tiempo, paradójicamente, su teoría se volvía más confusa y errática. Citaba a Proust y a Borges repetidamente, en formas casi mecánicas y que él consideraba irrefutables. Tuvimos un par de encontronazos, por esto mismo de las citas, sumado a los vicios; y debo decir que cada tanto me preocupaba su obsesión. Igualmente, descreía con ojo avaro ante la misma.

Dejé de verlo por un tiempo, aunque no éramos amigos. Recuerdo ir yerrando por la calle Reconquista, visitando bares amigos del bajo cuando lo crucé. Creo habían pasado unos cuatro meses. Venía con la mirada perdida, aliento a whiskey y un porro medio apagado en una mano. Hacía rato que habían volado los cuervos, así que serían las 3 de la madrugada o aún más. Tomamos dos Jack Daniels en las rocas cada uno y, justo cuando nos servían el cuarto, repentinamente, mientras hablábamos de uno de sus viajes, cambió a hablar de su soledad. También refería que se estaba perdiendo, que cada vez le costaba más. Justo cuando creí que hablaba de presiones rutinarias y comunes, me dijo que sentía que su mente se estaba achicando. Como si cada vez tuviese menos recuerdos y que a veces pasaba días sin moverse. Una introspección que no lo llevaría al Tao, sino a un infierno medieval. Con un saludo sentido lo dejé en Córdoba y Maipú y subí al 45. En el viaje logré calmarme, pero la imagen que ví por la ventanilla del colectivo se me marcaría a fuego en la mente. Ahí estaba M., con la mirada absorta otra vez. Saludaba con la mano izquierda en un movimiento ondeado y lento. Sólo por un momento no me di cuenta que tenía los ojos blancos, como girados hacia atrás. Desde chico eso me causó pavor, con el pasar de los años, Sábato se encargaría de darle un tinte mucho más perverso a mi miedo.

No volví a verlo por un largo rato. Luego, por cuenta de conocidos en común, me llegaron algunos balbuceos escritos de M. Tratados sobre el tiempo y espacio. Ninguno de los dos teníamos formación en física cuántica, física, matemáticas, fenomenología o algo que pudiese darnos un mínimo crédito para hablar de semejante tema postulando teorías. Pero M. había desarrollado sus teorías de lo que creía el tiempo y el espacio, como podría manipularlos por períodos de muy corto tiempo, etc. Lo que más llamó la atención fue el monográfico ensayo que enumeraba los efectos adversos o colaterales de la experiencia. Cuadraba la descripción de su persona, no sólo por el rápido deterioro de los mismos rasgos, sino también por algunos signos particulares, como una foto de una mancha en la cara cuya forma era muy particular, si bien amorfa, muy particular. Nunca tuvo una mancha así. El escrito se llamaba “Efectos adversos de la manipulación del tiempo vivencial”.

También me pareció excelso el “Causas del viaje en el tiempo vivencial”, escrito como explicación de porqué creía que esto era posible. Postulaba: “la línea temporal era única antes del principio del universo entero. Una sola corriente indivisible que no podía sufrir ninguna alteración en el vacío. (…) Con el comienzo del universo esta línea no sólo sufrió una alteración, sino que fue erráticamente quebrada o segmentada, dando lugar a un nuevo orden temporal. Éstas nuevas tangentes a su vez se han convertido en subsistemas tiempo que se rigen bajo otras normas pero están aún sujetos a la primer y única línea temporal. (…) Entonces, la creación provoca la ruptura en el tiempo, pues es el único fenómeno conocido que pudo provocar el cambio. Ergo, en cada uno de los subsistemas temporales, cada creación provoca el mismo fenómeno en reflexión infinita, creando infinitos subsistemas inconexos entre ellos sino por la primera y única línea temporal. Pero cada una de estas nuevas formaciones especulares en cierto modo inciden en la madre, pues la línea no es la misma del otro lado del punto donde comenzó la creación, sino que sigue siendo la primera línea virgen. Ese es el tiempo puro de la nada, es un tiempo que no es explorable, ya que no varía. Por lo cual, deduzco, no existe el instante en la eternidad. Ese tiempo es Dios y el Tao. Aún siendo un concepto o una representación humana, el tiempo existe y se conecta de manera bilateral, por lo cual, la noción de un portal o agujero de gusano es no sólo factible sino casi exacta. (…) A partir de lo expuesto, conjeturo que el universo no es infinito, pues tiene un comienzo en esa línea temporal. (…)” Recuerdo que consideré este escrito sublime. No se si lo es, ya que nunca lo llevé a un experto, pero resulta tan razonable en algunos términos, que simplemente no puedo dejar de mostrar admiración. Recuerdo haber pensado que era un ejercicio idéntico al comienzo del pensamiento, pensar el porqué con lo que uno tiene y tratar de exponer una verdad aunque fuere errada. Lo admiro aún por su espíritu osado, aunque altanero.

A la semana siguiente de recibir el escrito me refirieron que M. se había suicidado. Al parecer se despertó cerca de las 9 de la mañana del sábado 16 de agosto de 2008. Se tomó una botella de Jack Daniels, se fumó medio paquete de Lucky Strike box, aunque puede ser que menos. Hizo unas llamadas a su casa y a su novia, y cerca de las 11 de la mañana, habiendo fumado medio porro se voló la cabeza con un Smith & Wesson .357 de 2 pulgadas y media que no se sabe como consiguió. La bala que lo traspasó pegó en el centro del reloj de la cocina, formando la paradoja más enferma que he conocido.

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