viernes, noviembre 03, 2006

Estoy bloqueado

Estoy bloqueado.

miércoles, julio 12, 2006

Pasajero

Recuerdo haber abordado el tren a las 2.15 de la madrugada. Partiría hacia la casona vieja de Mar del Plata, herencia de la extinta aristocracia familiar. Necesitaba despejarme de las ideas que me llevaban, no pasaba un buen momento… Mejor dicho, pasaba el peor momento de mi existencia y todo parecía conspirar contra mí. Mi matrimonio caía en un abismo de frialdad desde la tragedia, sospechaba de mi mujer en cuanto a una artera traición… Todo era semilla de catástrofe. Decidí un tiempo a solas y me dispuse a tomarlo, dejé mi trabajo. Con pesar y sospechas la dejé también...
Minutos antes de partir, lo vi venir con la epiléptica dinámica del hombre apremiado y falto de organización, o con una organización no suficiente para su apuro. Se sentó justo enfrente de mí haciéndome una mueca propia de la gentilidad a los extraños, puro servilismo protocolar. Era flaco, muy flaco. De cara huesuda y ojos aindiados. Tenía un sobretodo negro con solapa de cuero. El negro de su cabello era casi azul y si bien no aparentaba más de cuarenta, sus ojos evidenciaban una sabiduría amiga del tiempo. No parecía tan inmerso en pensamientos propios, sí se notaba su efusión para entablar un diálogo baladí que nos hiciera perder la desidia del tiempo del viajero.
-¿Fuma?, preguntó.
-Le agradezco, pero recién tiré.
-Ah, perfecto. ¿No le molesta, verdad?- inquirió con el ya mentado servilismo.
-Por favor -dije con igual intención- el humo ha sido siempre un compañero.
Rió. O mejor dicho sonrió. Sin saberlo abrí una puerta para lo que vendría. Ya llevábamos unas dos horas cuando repitió su intención de acercarse.
-¿Negocios?
-No, no. Simplemente un tiempo a solas.-agregué con cierto tono, desconfiado diría.
-Ah, suerte la suya, yo no paro nunca... A veces me pregunto para qué corno me habré metido en este trabajo...
-¿Viajante, verdad? -aduje con la propia inocencia de un niño.
-Puede decirse... Nunca estoy en un solo lugar. -contestó con misticismo- Sabe, es muy difícil lo que hago. A mí me tocó Buenos Aires, siempre me necesitan de algún rincón. Los únicos que me pueden entender son los colegas de Córdoba y hasta por ahí Lamparte, que trabaja Rosario. El resto de mis colegas tienen un pasar mejor.
-Seguro -contesté casi sin mirarlo- es difícil estar a cargo. Pero me imagino tendrá sus subordinados que lo ayudarán.
-Pero igual hay que estar -exclamó con ironía... Sentí que había dicho algo impropio. Me di cuenta que no sabía de que hablábamos, mas por ser un viajante quien seguro está acostumbrado a aburrirse como un hongo todos los días, no quise cortar una de las posibilidades que tenía el pobre diablo de tener la compañía de un ser humano. Sus ojos denotaban una cantidad de horas de ruta que se pueden percibir en el roncar de los motores cansados de aquellos taxis viejos que siguen dando vueltas por la ciudad. No puedo negar que la curiosidad me carcomía de a poco, pues el paisaje nocturno no era más interesante que su manera de revolear los ojos cada vez que empezaba una frase. Debo decir que de una manera lúdica me atrajo ese gesto, el tipo era una biblioteca de expresión física. Cual dijo, no paraba un instante, mi credulidad es hija de su manera de tener gestos, modismos, etc. No me agradan los extraños, igual, decidí seguir la comedia.
-Su vida en cambio es bastante simple y fácil-dijo con una sonrisa socarrona-
-¿Discúlpeme? -inquirí con cierta rabia- Cómo se atreve a hacer tal conjetura...
-No se enoje, déjeme explicarle -dijo rápidamente...
-No le permito, si usted supiera el momento que paso, o mejor aún -agregué ahora con tono moralista- sin saberlo, debería callar en vez de juzgar sin saber. ¿O acaso me va a decir que es adivino también? -evidencié que su conjuro era tan certero que me provocaba una furia incontenible... Recuerdo su risa vacía, insonora y propia de unos pulmones gastados por el vicio y la noche.
-Epa, amigo, no se acalore... Le ofrezco mis disculpas si lo ofendí. Tiene razón, usted perdió un hijo hace menos de un año. Y si tenemos en cuenta que su vida es vacía, aferrado a una mujer que no sabe si lo quiere y además con crecientes sospechas sobre la moral de la misma... Jodido, amigo lo entiendo. Pero no se me enoje así…
Su cara esbozaba la seguridad propia de los eruditos, y me hablaba con la humildad de una celebridad.
Mi estupor no pudo ser mayor. Jamás nadie conocía estos sentimientos, no pude ni confesarlos a mi terapeuta. Era cierto que había perdido un hijo al instante de haber nacido. Era cierto que mi mujer me daba cariño, mas yo no sabía si me amaba. Era cierto que dudaba de su fidelidad. Nadie, y compréndame lector, nadie lo sabía. Ni siquiera mis mejores amigos de la infancia con quien tuve la suerte de continuar la vida. Con temor lo miré a los ojos con la expresión propia de darle permiso para proseguir. Entendió con la perspicacia de un zorro.
-Además, nunca resolvió eso que tiene con su padre. Su admiración es insalubre Sr. Olavez. -dijo como dando cátedra de un apunte ya releído mil veces- Y verlo postrado como está no es fácil, saber lo que usted sabe sobre él, lo que le hizo a su madre… Usted, Olavez, todavía cree que su padre puede todo, como cuando niño. Es su superhéroe aún y por otro lado lo odia, se alegra de su salud...
-¿Quién carajo es usted? -interrogué tratando de poner cortina a mi miedo, de esconderme tras un reaccionario hombre.
Suspendió el ritual de encender su cigarrillo y me dijo:
- Todo a su tiempo Olavez, por cierto, ¿Me permite llamarlo Gustavo? -atiné a asentir como un niño ante la pregunta de un ilusionista, y aseguro que a este punto ya me aferraba a esa idea mientras intentaba esconder mi estupor bajo una cara pendenciera.
-Gustavo, usted está viajando para escaparse de la idea que ronda en su cabeza y, ¿Sabe qué?... NO VA A PODER -sentenció- Además, con la cantidad de deudas que contrajo... Usted es carne de cañón. Debe más de lo que puede ganar, tiene más de lo que puede amar y encima sufre más de lo que puede soportar. Gustavo, usted es el proyecto más común del mundo, la gente como usted me hace más fácil mi trabajo, vio. Usted es ya un muerto que camina. Sienta el dolor que lleva dentro amigo, no se va a escapar de eso...
Lloré secamente. Sentí mi pecho explotar y lo miré con un solo pensamiento...
-Si no le digo que yo sea ejemplo... Pero usted... Usted ya está, es un trabajo hecho.
Llorando lo mire con odio, me paré y me fui corriendo tres, o tal vez cien vagones. Busqué al guarda, algún pasajero perdido... Nada. Vacío el tren en su viaje monótono.
A pesar de haberme alejado, sentía todavía como seguía monologando sobre mí vida. Sentía sus palabras y cada una de ellas, escogidas con artera coherencia, provocaban un dolor indescriptible en mi alma, y siempre me describía como un trabajo. Perdido entre el fordismo agobiante de asientos, me tiré del tren.
Creo haber sentido un impacto en la cabeza, del lado izquierdo entre el ojo y la sien mientras rodaba sobre las vías. No sé cuanto tiempo estuve desmayado. Sólo sé que el alba ya se había adueñado de la oscuridad cuando abrí los ojos. Un enorme desierto, casi épico, de esos intransitables en tiempos de Set, se yerguía ante mi. No había un sonido más que ese tipo de silencio que se puede oír, y mis ojos eran cegados por una luz intermitente. Lo vi arrastrarse de una manera ofídica, no era un movimiento propio, si evidenciaba todavía su dinámica ya mentada, me pasó lo mismo que con ver una araña. Comenzó a devorarme sin siquiera masticar, lentamente como quien saborea el temor de la presa que no puede más que entregarse. Atónito no opuse resistencia.
Lo último que escuché fue su risa ronca, enardecida por sentirla desde su interior, de una oscuridad tremenda y con vetas verdes. Desperté en el baño de la estación con una hoja de afeitar clavada en el antebrazo izquierdo, borrosamente vi la vastedad de mi sangre tiñendo el piso blanco y negro. Asombrado por mi realidad, me desvanecí una última vez más.

sábado, abril 22, 2006

Perfidia

Se preguntará por qué decido confesarme. Postulo que la confesión es para lavar culpas, para buscar redención aunque tal vez no sólo eso me motive a hacerlo, sino que lo que verdaderamente ruego es un poco de comprensión, esa que me fue negada arbitrariamente por ella. Debo decir que tal vez usted no llegue a entender la magnitud de mis actos, pues creo yo tampoco tengo esa capacidad. Aún hoy la culpa y el arrepentimiento tardío me sigue aquejando (si esto no es parte de mi incomprensión, debo caer en el romanticismo de la esencia humana).
Yo, Matías Bregger, maté a Lucía Madrigal. No es un gesto de impunidad admitirlo así, sino es un simple comienzo a esta rúbrica sobre los hechos que fueron de conocimiento público en la inmediatez mediática. Incidieron muchas cosas para llegar a la muerte de mi querida Lucía, más allá de la simple psicopatía que es clara en mi persona, pues no encontré más respuesta que acabar su vida. Ella lo era todo, tenía la capacidad de hacerme tragar el orgullo y toda construcción que yo tenía de el hombre que quiero aún ser. Hacía falta sólo un gesto para que yo deviniera en su perra, faldero y despreciable, inmediato y carente, esencialmente vacío sin ella. Ese servilismo tan propio del hombre enamorado aún hoy sigue cual espectro pendiendo sobre mi persona; quiero aclarar que jamás la amé, no en el sentido mayormente conocido; nunca quise ni casarme ni tener un proyecto en común con ella. Lucía dejo rastros que infelizmente no podré superar, aún con este confinamiento casi eterno.
A Lucía la conozco en una reunión baladí en casa de una amiga en común. Utilizo el término amiga, mas no pasaba de una relación poco más profunda que la que se puede tener con alguien a quien se le ofrece más que el saludo. Decía que en este ágape, debo confesar que tenía un par de copas de más, motivado por su desenfado me vi obligado a acercarme; Lucía tenía una sensualidad propia de una semidiosa, calculo a mis ojos era una Elena posmoderna, con todo el trajín que esta afirmación puede traer. Debo decir que si no hubiera sido por el fulgor del alcohol pendenciero tal vez nunca le hubiera hablado; siempre había sido muy indigno en la materia de la seducción y cuando lo hice aseguro fue totalmente impensado. El sexo casual, horrible término simplista y moralista, me fue siempre esquivo, sin embargo he mantenido insignificantes relaciones casi estables por pequeños períodos.
Como si ella fuera la guionista de mi comedia (aún hoy sospecho que así fue hasta el final) advirtió mi esfuerzo por sonar brillante y yo no hice más que poner mi conocimiento, mi ínfimo conocimiento, al servicio de la galantería que me era falta ante otros competidores. Lucía siempre supo ser el centro de atracción, calculo por eso era odiada o envidiada por la mayoría de las mujeres y muchas versiones de traición y de perversidad eran manejadas en nuestro grupo, pero esto lo describiré luego. Ella dispuso mi accionar, y yo en mi terrible insignificancia saqué a relucir mi mísero superhombre. Creyendo que había surtido efecto, la vi irse con otro. Me eclipsó su sonrisa y su boca siempre me pareció divina, le doy el sentido más etimológico a la palabra divina. No me molestó más de lo normal, no era más que otro rechazo tan superficial como los usuales.
Volví a verla casi por casualidad en la línea C. Ella venía de consumar un trámite el cual no recuerdo y yo iba a trabajar. Debo decir que mi prejuicio me hizo pensar que era una mujer fácil. No me equivoqué (al menos en la acepción del prejuicio), pues horas después teníamos sexo del más mediocre.
Comenzamos una relación de cama. Mercenaria. Era muy bueno todo lo que precedía y seguía al sexo. Seguíamos siendo mediocres amantes, no me importaba tampoco, supe conseguir el placer puramente carnal en otros puertos. Debo decir que lo que me ha dado Lucía es felicidad, íntima felicidad primero y luego la felicidad carnal, el sexo no deja de ser una práctica. Recuerdo dedicarle muchas páginas que nunca llegaron a nada. Su belleza era propia de un demonio, era muy nociva para mí, llegué a decirle en una discusión muy trivial que era como la cocaína… Rió con un pequeño escozor.
Al tiempo, al verla con otro una noche enloquecí. Sin darme cuenta, muy dentro de mi mente yo añoraba que ella muriera por mí, quería que sea especial lo que teníamos. No podría afrontar una relación seria con ella debido a mis prejuicios y a los de la gente que nos rodeaba pero, cómo deseaba saber más de ella, que piense en mí y que la acompañe la misma soledad esencial que me munía cuando no estábamos juntos. A la vez, tal vez motivado por la sed que me dejaba nuestra unión, devine en seductor bastante efectivo. Logré encamarme con más mujeres en cuatro meses que en toda mi vida. La sed era cada vez más grande y la sola idea que estuviera con otro, que se profanara, me provocaba una angustia incesante. Mis entrañas parecían arder en un fuego divino y con el pecho lleno de magma me dormía ya amanecido luego de recorrer mi cama solitaria. Creo que la quería tanto como la odié, la odiaba tanto como la envidié. La envidiaba mucho… Rogaba pasar una realidad distinta con ella, que no sea tan sexual pero que mantenga la sensualidad que la coronaba. La lloré demasiado. La sufrí aún más, no supe entenderla nunca debido a mis miserias, nunca pude comprender porqué volvía a mi lecho.
Dije ya que un día al presenciar una muestra de nuestro liberalismo enloquecí. Jamás creí que el pelafustán ese pudiera tener tal gema. El, calculo, tampoco. El temor mío era egoísta y me provocaba la proporcional caída verla entregándose a otros tipejos. A mis ojos, era horrible cualquiera, inferiores tanto a ella como a mí. Cual si fuera una de las paradojas de Zenón, hacía silogismos del tipo: Ese tipo es inferior a Lucía, Lucía está con tipos inferiores a ella, Lucía está conmigo, ergo, yo soy inferior a Lucía (devenir no tan doloroso como Yo soy igual a esos tipos). La pensé más que a Dios.
Esa noche irrumpí en ese funesto cuarto de un caserón donde nos habíamos juntado. Reptando les dije que me cagaba en ellos e impulsado por un espectro negro la arrastré de la pieza, “¡Pará, me estás lastimando!” llegó a esbozar con miedo en sus ojos. Me abstuve del insulto fácil, pero movido por una fuerza extraña comencé a besarla con violencia. Recorrí su cuerpo como nunca y desnuda sentí como se derretía en mis manos y nuestro sexo era sublime y tan intenso que no podía creer la cantidad de sensaciones que yo sentía que ella sentía… Más hermosa y angelical que de costumbre se durmió luego de un orgasmo cataclísmico, en algún cuadrante del universo, algunos planetas se habrán alineado pensé, cual determinista. Debo confesar que siempre pasé muchas horas observándola dormir y abrazándola con libertad de que no me viera expresar mi cariño. Una vez más la escuche a los diez o quince minutos hacer ese sonido tan propio de la mujer, un gemido cerrado y nasal, y sólo apoyé la almohada sobre su cara.
Con los ojos abiertos y un mechón de mi cabello entre sus manos su vacía expresión me reconfortó. Yacía con una belleza póstuma que será mi condena. Salí llorando, vomité y me entregué.

miércoles, marzo 15, 2006

Dos cuadras

O mes chemins et leur cadence (Oh mis caminos y su cadencia)
'La poética del espacio. La casa. Del sotano a la buhardilla'
Cita de G. Bachelard
A mi barrio

Sólo dos cuadras me separan del fin de mi día. Empíricamente hablando, es tan ínfima la distancia como inexplicable la experiencia, mas, es sabido gracias a JLB que el tiempo de los niños transcurre con lentitud. Así me siento al explorar el final.
No ahondaré en ubicaciones, pues considero: la no meticulosa descripción, nutrida de fantasias sobre qúe tramo del universo habita el texto, harán menos tedioso el trajín.
Lo primero que se ve es el punto de fuga, coronado por luces continuas en un inalcanzable paralelismo morfológico, un fordismo de halos, y más arriba, la oscuridad total. Es menester ampliar foco y buscar la emboscada de algún espectro real, o de un ratero místico. Y si bien es una constante, dados los demonios que nos corren durante el viaje, es aquí donde el quiebre se produce. Es aquí, en el principio mismo, donde más atenta yace nuestra vigilia. Paradójicamente, el camino está teñido por oníricas combinaciones, las cuales enumeraré ahora.
Penumbras y sombras totales juguetean dando un movimiento estático y ajeno al viajero, quien no puede reparar en tal efecto de distracción, pues la tensión es in-ignorable. Las copas al viento provocan un canto de una bestia sin alma, un sonido no humano. También, amén de la sonora fantasmagoria, es el titiretero en el espectáculo de tinieblas a nuestros pies. Prefacio de amenaza, el escenario está hechado.
Las aceras se van superponiendo en una continuidad monstruosa. Sus desniveles son pronunciados y sus cenagosas ornamentas hacen aún peor la travesía. Para precipitar el beso de mandinga, las raíces se asoman como manos de ultratumba, arteras manos de ultratumba.
Llega el estadio más tenebroso, de mayor silencio y coincidente con el paso de (ya) medio camino. Es el cruce. Es fin y principio y, con la sabiduría de cualquier deidad, nos hace sentir que ya todo lo que hemos hecho ha sido trivial, vano y una nadería. El cruce nos abre otras sesgadas infinidades con su cúpula de luz, contrastada por una mayor tiniebla. Es aquí cuando uno está desnudo... es aquí cuando me cruzo siempre un imprevisto viajero que irá experimentando sus propias desventuras. El temor ya no es tal, sino un sentimiento de alivio y paranoia. El pulso acelera, a la respiración agitada le hace coros el de las copas. El ansia de llegar es aún mayor a cuando recién, con pánico, avistamos el camino...
La segunda cuadra es menos cerrada, las sombras ya no están en su dominio; y se ve en la rectitud y lo que antes era lúdico, ahora menos oscuro, pero mucho más ordenado, nos parece abrazar. Una luz casera se prende al paso, el cliqueo de su interrupción es detonante de un espasmo seguido de alivio... Las bestias reptan cruzando la acera o ante el desperdicio humano y la maldita fantasia de lo sobrenatural me acoje con brazos helados. Ya queda poco -pienso en un intento desesperado de mantener mi valentía. En efecto, así es.
Al fin me salgo del canal ante la imagen de un santo cristiano (no puedo explicar por qué pero el pasar cerca del ícono me provoca siempre la idea de estar siendo observado), y, ahora sí me estiro hacia mi puerta unos 20 metros más. Deseando tener ojos en la espalda abro el cerrojo y pasando cual líquido en la hendija que dejo librada, me deslizo en un paso mientras contra mi puerta el pecho raspo.
Me sobreviene una fútil alegría, sobre la pobre épica que protagonizo. Maldigo a Héctor y Aquiles, y finalmente, en un mayor acto de cobardía, extasis es ahora lo que antes incómodo.
Asi, pues, lector, termino mi rutina.

miércoles, marzo 01, 2006

Inciso Primero. Notación Nenista. MMVI.

Bar "La Nuit" de Lanús, un día como cualquier otro

Estimados y bienquistos, canallas, infames, niños moon y excelsas mas pérfidas féminas:

Cual mantón borrabino, borrabino como labio besado por el mismísimo Baco, extiendo aquí mi ciber parnaso mediocre. Mi pulcritud ínfima (del alma si es que tal fenómeno es ¿real?) me compele a aceptar ciertos demonios. Otros, jamás. Muy de vez en cuando, extremadamente aleatorio, se da un exceso de confianza en Sir Nenón que causa una explosión instintiva de pictogramas. Estos se unen en agrupaciones distintas, llamadas palabras o vocablos. Una vez formados estos pequeños "organismos", alineados de cierta manera conformarán un todo llamado "oración" o algo así. La combinación de estas últimas devendrán en un escrito que estará a su disposición sin ningún tipo de compromiso mayor que leerlo cuando quiera, o no hacerlo nunca. No espere otro cielo, ni otro infierno...