sábado, abril 22, 2006

Perfidia

Se preguntará por qué decido confesarme. Postulo que la confesión es para lavar culpas, para buscar redención aunque tal vez no sólo eso me motive a hacerlo, sino que lo que verdaderamente ruego es un poco de comprensión, esa que me fue negada arbitrariamente por ella. Debo decir que tal vez usted no llegue a entender la magnitud de mis actos, pues creo yo tampoco tengo esa capacidad. Aún hoy la culpa y el arrepentimiento tardío me sigue aquejando (si esto no es parte de mi incomprensión, debo caer en el romanticismo de la esencia humana).
Yo, Matías Bregger, maté a Lucía Madrigal. No es un gesto de impunidad admitirlo así, sino es un simple comienzo a esta rúbrica sobre los hechos que fueron de conocimiento público en la inmediatez mediática. Incidieron muchas cosas para llegar a la muerte de mi querida Lucía, más allá de la simple psicopatía que es clara en mi persona, pues no encontré más respuesta que acabar su vida. Ella lo era todo, tenía la capacidad de hacerme tragar el orgullo y toda construcción que yo tenía de el hombre que quiero aún ser. Hacía falta sólo un gesto para que yo deviniera en su perra, faldero y despreciable, inmediato y carente, esencialmente vacío sin ella. Ese servilismo tan propio del hombre enamorado aún hoy sigue cual espectro pendiendo sobre mi persona; quiero aclarar que jamás la amé, no en el sentido mayormente conocido; nunca quise ni casarme ni tener un proyecto en común con ella. Lucía dejo rastros que infelizmente no podré superar, aún con este confinamiento casi eterno.
A Lucía la conozco en una reunión baladí en casa de una amiga en común. Utilizo el término amiga, mas no pasaba de una relación poco más profunda que la que se puede tener con alguien a quien se le ofrece más que el saludo. Decía que en este ágape, debo confesar que tenía un par de copas de más, motivado por su desenfado me vi obligado a acercarme; Lucía tenía una sensualidad propia de una semidiosa, calculo a mis ojos era una Elena posmoderna, con todo el trajín que esta afirmación puede traer. Debo decir que si no hubiera sido por el fulgor del alcohol pendenciero tal vez nunca le hubiera hablado; siempre había sido muy indigno en la materia de la seducción y cuando lo hice aseguro fue totalmente impensado. El sexo casual, horrible término simplista y moralista, me fue siempre esquivo, sin embargo he mantenido insignificantes relaciones casi estables por pequeños períodos.
Como si ella fuera la guionista de mi comedia (aún hoy sospecho que así fue hasta el final) advirtió mi esfuerzo por sonar brillante y yo no hice más que poner mi conocimiento, mi ínfimo conocimiento, al servicio de la galantería que me era falta ante otros competidores. Lucía siempre supo ser el centro de atracción, calculo por eso era odiada o envidiada por la mayoría de las mujeres y muchas versiones de traición y de perversidad eran manejadas en nuestro grupo, pero esto lo describiré luego. Ella dispuso mi accionar, y yo en mi terrible insignificancia saqué a relucir mi mísero superhombre. Creyendo que había surtido efecto, la vi irse con otro. Me eclipsó su sonrisa y su boca siempre me pareció divina, le doy el sentido más etimológico a la palabra divina. No me molestó más de lo normal, no era más que otro rechazo tan superficial como los usuales.
Volví a verla casi por casualidad en la línea C. Ella venía de consumar un trámite el cual no recuerdo y yo iba a trabajar. Debo decir que mi prejuicio me hizo pensar que era una mujer fácil. No me equivoqué (al menos en la acepción del prejuicio), pues horas después teníamos sexo del más mediocre.
Comenzamos una relación de cama. Mercenaria. Era muy bueno todo lo que precedía y seguía al sexo. Seguíamos siendo mediocres amantes, no me importaba tampoco, supe conseguir el placer puramente carnal en otros puertos. Debo decir que lo que me ha dado Lucía es felicidad, íntima felicidad primero y luego la felicidad carnal, el sexo no deja de ser una práctica. Recuerdo dedicarle muchas páginas que nunca llegaron a nada. Su belleza era propia de un demonio, era muy nociva para mí, llegué a decirle en una discusión muy trivial que era como la cocaína… Rió con un pequeño escozor.
Al tiempo, al verla con otro una noche enloquecí. Sin darme cuenta, muy dentro de mi mente yo añoraba que ella muriera por mí, quería que sea especial lo que teníamos. No podría afrontar una relación seria con ella debido a mis prejuicios y a los de la gente que nos rodeaba pero, cómo deseaba saber más de ella, que piense en mí y que la acompañe la misma soledad esencial que me munía cuando no estábamos juntos. A la vez, tal vez motivado por la sed que me dejaba nuestra unión, devine en seductor bastante efectivo. Logré encamarme con más mujeres en cuatro meses que en toda mi vida. La sed era cada vez más grande y la sola idea que estuviera con otro, que se profanara, me provocaba una angustia incesante. Mis entrañas parecían arder en un fuego divino y con el pecho lleno de magma me dormía ya amanecido luego de recorrer mi cama solitaria. Creo que la quería tanto como la odié, la odiaba tanto como la envidié. La envidiaba mucho… Rogaba pasar una realidad distinta con ella, que no sea tan sexual pero que mantenga la sensualidad que la coronaba. La lloré demasiado. La sufrí aún más, no supe entenderla nunca debido a mis miserias, nunca pude comprender porqué volvía a mi lecho.
Dije ya que un día al presenciar una muestra de nuestro liberalismo enloquecí. Jamás creí que el pelafustán ese pudiera tener tal gema. El, calculo, tampoco. El temor mío era egoísta y me provocaba la proporcional caída verla entregándose a otros tipejos. A mis ojos, era horrible cualquiera, inferiores tanto a ella como a mí. Cual si fuera una de las paradojas de Zenón, hacía silogismos del tipo: Ese tipo es inferior a Lucía, Lucía está con tipos inferiores a ella, Lucía está conmigo, ergo, yo soy inferior a Lucía (devenir no tan doloroso como Yo soy igual a esos tipos). La pensé más que a Dios.
Esa noche irrumpí en ese funesto cuarto de un caserón donde nos habíamos juntado. Reptando les dije que me cagaba en ellos e impulsado por un espectro negro la arrastré de la pieza, “¡Pará, me estás lastimando!” llegó a esbozar con miedo en sus ojos. Me abstuve del insulto fácil, pero movido por una fuerza extraña comencé a besarla con violencia. Recorrí su cuerpo como nunca y desnuda sentí como se derretía en mis manos y nuestro sexo era sublime y tan intenso que no podía creer la cantidad de sensaciones que yo sentía que ella sentía… Más hermosa y angelical que de costumbre se durmió luego de un orgasmo cataclísmico, en algún cuadrante del universo, algunos planetas se habrán alineado pensé, cual determinista. Debo confesar que siempre pasé muchas horas observándola dormir y abrazándola con libertad de que no me viera expresar mi cariño. Una vez más la escuche a los diez o quince minutos hacer ese sonido tan propio de la mujer, un gemido cerrado y nasal, y sólo apoyé la almohada sobre su cara.
Con los ojos abiertos y un mechón de mi cabello entre sus manos su vacía expresión me reconfortó. Yacía con una belleza póstuma que será mi condena. Salí llorando, vomité y me entregué.

2 comentarios:

Emmanuel dijo...

date cuenta de que es muy largo y nadie lo va a apreciar

hasta la vista

Sabro dijo...

Escribis justo, lo que yo quiero leer, si hubieses visto la expresion de mi cara al recorrer cada una de las lineas de "Perfidia",en mi cara emocion exitacion, casi sin un parpadeo, obviamente expresion de mi alma, sabrias que por lo menos a una, quien sabe si a alguien mas, pero a una persona le llego lo intenso de tu historia, y ahora un sentimiento bizarro de orgullo, como si yo fuese una madre, y vos un hijo que al leer estas fabulosas lineas senti crecer, y nada que ver no?